Al investigar la década de 1950, una de las décadas más olvidadas por la historiografía nacional, en busca de las diversas manifestaciones de violencia política que marcaron la sociedad costarricense más allá del final de la Guerra Civil de 1948, me encontré con una realidad innegable. La posguerra se caracterizó por la permanente presencia de violencia ejercida tanto desde el gobierno y los vencedores, como desde los perdedores o la oposición.

Si bien, mi tesis de Maestría en Historia se centró en el análisis de las manifestaciones materiales de la violencia política, también fue necesario profundizar en los discursos que justificaron el uso de la violencia desde los distintos sectores que la ejercieron. De esta forma, descubrí en uno de los momentos más críticos, durante la invasión de enero de 1955, que el miedo fue un sentimiento plasmado en los discursos que justificaron la represión estatal y las respuestas de los sectores que se negaban a aceptar los resultados de la Guerra Civil.

La violencia política de la posguerra costarricense tuvo además un desborde transnacional, donde la incursión a la provincia de Guanacaste de fuerzas armadas que se desplazaron desde Nicaragua se identificó como uno de los picos de violencia abierta. En este contexto, el miedo se convirtió en una herramienta política utilizada por los diferentes grupos en conflicto. Este sentimiento se puede clasificar en cuatro categorías: la amenaza del comunismo, el peligro de la dictadura, la intervención de Estados Unidos y la posibilidad de una nueva guerra civil.

Es necesario aclarar que las cuatro categorías establecidas no son totalmente independientes, sino que están estrechamente relacionadas y es común encontrar referencias a los distintos miedos en un solo discurso. Para comprender este tipo de discursos de miedo, se debe tener presente que la posguerra costarricense fue un período particularmente convulso y de inestabilidad política. El gobierno de facto de La Junta; la invasión de diciembre de 1948; la continuidad de la represión durante el gobierno de Otilio Ulate; el regreso de José Figueres Ferrer al poder en 1953 y los rumores que durante meses precedieron a la invasión de 1955, generaron una atmósfera de incertidumbre y temor.

Nota: este artículo se basa en una pequeña sección «En el fondo el olvido es un gran simulacro. Violencia política en la posguerra costarricense (1948-1958)», Tesis de Maestría Académica en Historia de la autora

El contexto global de Guerra Fría permitió que la “amenaza” del comunismo se convirtiera en un argumento utilizado por diferentes actores políticos para desprestigiar a sus enemigos. Precisamente en Costa Rica, los líderes políticos enemistados utilizaron este argumento para legitimar sus propios intereses políticos. Por una parte, el líder de los invasores, Rafael Ángel Calderón Guardia, desde Nicaragua y a través del diario Novedades, hacía uso de este argumento al autodenominarse “Comité Revolucionario Costarricense Anticomunista”. Mientras que José Figueres Ferrer también tomó ventaja de este discurso anticomunista que permeó todo el continente americano, para neutralizar a sus enemigos políticos asegurando que Costa Rica, en 1948, fue el primer escenario de la lucha contra el comunismo, con lo que buscó legitimar su gobierno, principalmente ante Estados Unidos, debido a que estaba sufriendo lo que Kirk Bowman ha llamado una “crisis de credibilidad”.

Por otra parte, el miedo a la dictadura aparece en los discursos debido a la colaboración que dictaduras como la de Anastasio Somoza en Nicaragua; Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana y Marcos Pérez Jiménez en Venezuela estaban dando a los invasores. Surgió el temor de que ante un eventual triunfo de los invasores se diera la instauración un régimen autoritario en Costa Rica. Justamente, el apoyo de estos regímenes militares alejó a los comunistas de esta aventura, a la vez que permitió que Figueres posicionara la invasión como un conflicto internacional ante la Organización de Estados Americanos (OEA) y también que hiciera un llamado a la población civil a participar de las fuerzas armadas del gobierno.

El miedo a la intervención de los Estados Unidos se presentó especialmente en los comunistas que temían que en Costa Rica se repitiera lo ocurrido en 1954 en Guatemala, cuando se derrocó al presidente Jacobo Arbenz. Además, ante la presencia de ataques aéreos, Figueres solicitó a la OEA la aprobación para comprar cuatro aviones a Estados Unidos, lo cual también fue interpretado como intervención de la potencia en los asuntos nacionales, además de considerarse como el inicio de la ruta hacia la militarización del país.

La invasión de 1955 generó una gran incertidumbre en la sociedad costarricense, pues el conflicto armado trajo el recuerdo de las tragedias acontecidas durante la guerra civil de 1948 y el temor a que la invasión se convirtiera en un conflicto armado de dimensiones nacionales. El gobierno de Figueres aprovechó este miedo para legitimar la represión de sus enemigos y atemorizar a la población que estuviera considerando apoyar a los invasores, mediante la suspensión de garantías individuales por 60 días, la censura de la radio y la prensa, el establecimiento de toques de queda y los apagones en ciudades principales.

Por último, es necesario aclarar que las cuatro categorías de discursos del miedo que se analizaron permitieron un acercamiento a los temores presentes en distintos sectores de la sociedad costarricense durante la posguerra. Los distintos miedos no fueron experimentados con la misma intensidad por toda la población. Sin embargo, este tipo de estudio es valioso en su intento por comprender la dimensión subjetiva de la violencia política de la posguerra costarricense, una tarea que se ha asumido por parte de varios historiadores e historiadoras y que ha permitido construir una nueva visión de ese periodo de la historia de Costa Rica.