Conflicto político e ideología en Nicaragua
De la independencia a los años 30 del siglo XX

En Nicaragua, el conflicto político que va desde de la independencia hasta inicios del siglo XX, estuvo marcado por la violencia como mecanismo para lograr el cambio de gobierno. Por lo que fueron frecuentes las guerras civiles, las rebeliones armadas y los golpes de estado. Una característica importante de este torbellino de lucha sangrienta y muerte era la poca importancia que tenían las diferencias ideológicas. Así lo señalaron varios testigos de la época, como el periodista del siglo XIX Carlos Selva, quien afirmó que las denominaciones de los bandos políticos enfrentados reflejaban su carencia “completa de ideas y principios contrapuestos”.[1] La misma apreciación la tuvieron los historiadores decimonónicos Tomás Ayón y Anselmo H. Rivas. Para el primero, los motivos de la violencia política acontecida después de la independencia, no tenían “nada de principios, nada de ideas que sirvieran de estímulo a la lucha fratricida”.[2] Por su parte, Rivas señaló que, no obstante, en ocasiones se podía observar a estos bandos “asumir títulos que revelan divergencia de principios”[3]; con mayor frecuencia ocurría que asumían “denominaciones puramente personalistas como: sacasistas y cletinos, argüellinos y cerdistas”.[4]

Esta casi irrelevancia de las diferencias ideológicas en el conflicto político nicaragüense no fue un fenómeno exclusivo del siglo XIX; pues todavía durante los años de la intervención de los Estados Unidos en Nicaragua, de 1912 a 1933, se puede ver cómo las diferencias ideológicas no eran el factor más importante que impulsaba el enfrentamiento entre liberales y conservadores. Ello lo muestra claramente la declaración que brindó a finales de la década de 1920, el entonces presidente de la república Adolfo Díaz a un periodista de los Estados Unidos. Quien en relación a los motivos de las recurrentes guerras entre liberales y conservadores dijo: “Nuestros dos partidos ostentan exactamente los mismo principios y nuestras revoluciones no son un asunto que esté relacionado a los principios. Se trata de determinar quién ocupará la presidencia”[5]. Como se puede ver en estas palabras del presidente Díaz, el conflicto político en Nicaragua era en esencia la lucha por conquistar el poder.

Pero ¿con qué fin se batallaba tanto para llegar a ocupar la silla presidencial? Esto nos lo responde otro político de la época, el entonces ministro de guerra Luis Mena. En sus palabras “el afán de todo grupo [político] es llegar al poder, apoderarse del Tesoro y robar!”[6]. Como se puede ver, la norma era obtener el control del Estado para beneficio propio y no con el objetivo de realizar un proyecto político ideológico. Así que la política no era vista como una actividad enfocada en lograr el bien común, si no el beneficio personal y grupal.

En el libro “Conflicto político e ideología en Nicaragua (1821-1933). De ‘Timbucos y Calandracas’ a ‘las Partidas de Políticos’” este fenómeno lo explico como el resultado de la ocurrencia simultánea e interacción de varios elementos que se mantienen inalterados durante todo el período histórico analizado. Un primer elemento a señalar fue la no aceptación de la divergencia de criterio, es decir un bando político no aceptaba que el otro bando pensará de manera contraria o diferente. En consecuencia, persistía la aspiración a imponer una sola opinión, lo cual significó que las diferencias ideológicas no eran toleradas. La represión política u otras formas de violencia para lidiar con el adversario eran la norma, pues toda divergencia de criterio era considerada extremadamente negativa y su supresión, una necesidad perentoria para lograr la prosperidad del país y un futuro mejor. Lo anterior llevó a que se procurara permanentemente excluir al oponente político que presentaba una posición contraria a la propia. Esto lo hicieron en igual medida los gobernantes liberales y conservadores durante sus respectivos mandatos.

La diferencia de criterios, en sí misma, era percibida como la fuente de la inestabilidad del sistema político y el origen de los males que aquejaban al país. Al mismo tiempo, alcanzar la estabilidad deseada se equiparaba con la eliminación de la divergencia de criterio presentada por el oponente quien, al mismo tiempo, era descrito como el lado negativo de la confrontación. Por ello, se interpretaba el conflicto político como el enfrentamiento de los buenos contra los malos; lo cual producía una dinámica violenta de mutua exclusión que era reforzada por el marcado carácter personalista de la política nicaragüense, de la cual el caudillismo sólo fue una expresión.

El personalismo implicó que la principal forma de involucrarse en política era por medio de los lazos personales. Así, se pertenecía a un partido, bando o facción por el vínculo establecido con las personas que lo integraban y lideraban. Las ideas y los principios no eran relevantes para generar esta pertenencia y lealtad, sino la relación que se tenía con las personas en particular. Por eso, con frecuencia se adoptan denominaciones derivadas de los apellidos o nombres de un líder político para constatar la existencia de una auténtica relación personal con éste. Al mismo tiempo, este personalismo torna el conflicto político en una lucha entre amigos y enemigos que reforzaba la dinámica de exclusión mutua. Los amigos eran aquellos que pertenecían al propio bando o grupo político, y los enemigos, al contrario. Simultáneamente, los amigos eran el lado positivo y legítimo (los buenos) y los enemigos, el lado negativo e ilegítimo (los malos) del enfrentamiento.

Otro elemento importante que explica el papel secundario que tuvieron las diferencias ideológicas en el conflicto político nicaragüense es que el bienestar personal no se alcanzaba con la defensa de un proyecto político fundamentado en ideas o principios, sino con la relación que se tenía con las personas que controlaban el Estado y sus recursos; lo cual al mismo tiempo contribuía a reforzar el personalismo en base al cual funcionaba el sistema político. Una consecuencia de esto fue que el bienestar personal no se ligaba al bienestar de todos los nicaragüenses y, en especial, al de los estratos bajos, lo cual fomentaba el carácter excluyente del sistema político.

Un elemento que permitió asegurar la continuidad de lo anterior fue la estratificación del entorno social del sistema político, manifestada en la concepción jerárquica del orden social que persiste durante todo el período estudiado. Esta estratificación del entorno social fue tan fuerte que condicionó al sistema político, de tal manera, que este la reprodujo a lo interno, generando un acceso desigual y excluyente al mismo sistema. Las jerarquías clientelistas, en cuya cúspide se encontraba generalmente un caudillo, son un reflejo de esta reproducción de la estratificación social del entorno en el sistema político. Al mismo tiempo, tal jerarquización fomentó el personalismo político, ya que permitió ignorar las demandas y los intereses de la mayoría de la población, lo cual promovió que para legitimar el poder político de un líder/caudillo fueran más importantes las relaciones personales. En esta situación, la satisfacción de los intereses de la mayoría de la población era irrelevante para llegar al poder y mantenerlo, pues su apoyo voluntario no representaba un requisito imprescindible para lograrlo.

Un último elemento presente en el entorno social del sistema político nicaragüense que durante el periodo estudiado condicionó su funcionamiento, fue la incompleta pacificación del territorio cuyo control proclamaba detentar el Estado nicaragüense durante el periodo estudiado. Este fue un problema que surgió inmediatamente con la independencia y que aminoró el rápido establecimiento de un poder político centralizado. La incapacidad de la Federación Centroamericana de lograr esta pacificación contribuyó significativamente a su fracaso; ya que le impidió llegar a tener un dominio soberano como Estado en Centroamérica y con ello asegurar su permanencia en el tiempo. Además, este constante estado de guerra reforzó la dinámica violenta de exclusión mutua, propia del enfrentamiento político nicaragüense y las consecuencias que le acompañaban.

En escuetas palabras, se puede decir que la tesis de este libro es que el rol secundario de las diferencias ideológicas en el conflicto político de Nicaragua, desde la independencia a la rebelión de Sandino, fue el resultado de la concomitancia y condicionamiento recíproco de elementos internos del sistema político con elementos externos propios del entorno social en el que este se encontraba inmerso. Entre los componentes endógenos importantes del sistema político se pueden mencionar: la no aceptación de las diferencias de criterio y el fuerte personalismo con el que opera el sistema. Como elementos exógenos o pertenecientes al entorno social, cabe señalar: el orden jerárquico utilizado como principal criterio de diferenciación social (aquí catalogado como estratificación social) y la pacificación incompleta del territorio del Estado de Nicaragua.

[1]    Carlos Selva, «El Modo de ser Político en Nicaragua», Revista Conservadora del Pensamiento Centroamericano 16, Nº 80 (Mayo 1967): 14.
[2]    Tomás Ayón, «Apuntes sobre los acontecimientos políticos de Nicaragua (1811-1824)» Revista Conservadora del Pensamiento Centroamericano 32, Nº 154 (Enero- Marzo 1977): 104.
[3]    Anselmo H. Rivas, «Los Partidos Políticos de Nicaragua» Revista Conservadora del Pensamiento Centroamericano 14, No 70. (Julio 1966): 3.
[4]    Ibid.
[5]    Samuel Crowther, The Romance and rise of the american tropics (Garden City, NY: Doubleday, Doran & Company, 1929): 326.
[6]    Francisco Huezo, «La Caída de un Presidente», en Revista Conservadora del Pensamiento Centroamericano 18, Nº 86, (Noviembre 1967): 20.