A las 5:20 de la mañana del primero de julio de 1981, el cabo José Manuel Bolaños Quesada, un muchacho de 23 años, se acercó a la celda de seguridad de la Primera Comisaría donde se encontraba recluida Viviana Gallardo Camacho, junto con otras dos mujeres, todas acusadas de “terrorismo”. La celda donde estaban era pequeña y fría. El centinela había cambiado de guardia a las 4:30 de la madrugada y su sustituto había pedido a Bolaños que lo relevara mientras hacía una diligencia. Era la hora del desayuno y Gallardo y sus compañeras recibían una ración de pan y café. Al retirarse la mujer policía que servía el café, Bolaños le preguntó si aquella muchacha era Viviana Gallardo. Al responder que sí, Bolaños la empujó hacia un lado, asomó su ametralladora M-76 por las rejas, abrió fuego en contra de Gallardo y la acribilló. Al rebotar, algunas balas hirieron a las otras dos muchachas amigas de Gallardo, que gritaban, y el cimbronazo de los proyectiles y quejidos inundó la Primera Comisaría. Impávido, Bolaños bajó el arma, dio media vuelta, atravesó el edificio y salió al patio. Allí le dio la ametralladora a un compañero, dijo que “lo hecho, hecho estaba” y se entregó.
El contexto en que se produjo este sangriento hecho se caracterizaba por una profunda crisis social a nivel regional. En Nicaragua, la revolución había triunfado en 1979 y llevaba adelante su cruzada de alfabetización en 1980; pero pronto crecería la tensión cuando, a finales de 1981, empezó a operar la Contra cuyo objetivo era derrocar al gobierno sandinista. En esa revolución habían participado varios jóvenes costarricenses. En El Salvador, desde inicios de 1980 había comenzado una guerra civil y a mitad de ese año se fundó el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que declararía una ofensiva final en enero de 1981. En Guatemala también la guerra civil se había intensificado a inicios de 1980 cuando el “Ejército Guerrillero de los Pobres” llevó a cabo una serie de atentados en contra del gobierno. Los conflictos se agudizaron a partir de enero de 1981: tras su llegada al poder en Estados Unidos, la administración de Ronald Reagan inició la lucha contra la llamada “expansión comunista” en Centroamérica. En Costa Rica, la década de 1970 había finalizado con dificultades económicas que culminaron en una grave crisis entre 1980 y 1982, manifestada en una inflación sin precedente, en la caída del salario real y del Producto Interno Bruto (PIB) y en el crecimiento del déficit fiscal y del desempleo.
Tal era el marco histórico cuando murió Gallardo. Su asesinato fue uno de los sucesos más escalofriantes y difíciles en la historia de la Costa Rica de finales del siglo XX. Cuando ocurrió, enmarcado en una cadena de acontecimientos violentos que se venían desarrollando desde inicios de 1981, impactó profundamente a la sociedad. Después de eso, ha sido un hecho recordado con cierta constancia por la opinión pública costarricense y sus recuerdos se han afincado en algo que podría considerarse una guerra de la memoria: la muerte de Gallardo se ha convertido en un hecho que provoca disputas sobre cómo debería recordarse. En esa vía, las memorias públicas sobre ese acontecimiento son quizás las únicas que en el caso costarricense se aproximan más a la discusión general que se ha dado, en la historiografía de América Latina, sobre el choque entre la izquierda guerrillera y las dictaduras. Ese choque se vuelve todavía más problemático en la historia costarricense, en la medida en que lo sucedido a Gallardo ha sido señalado por varias personas como un “crimen de Estado”.
¿Por qué Bolaños la mató? En su primer testimonio, el cabo alegó que se le había nublado la mente al enterarse de que estaba frente a Gallardo: “únicamente pensé en matarla cuando la vi”. Eso se lo repitió a la prensa, pero la mujer policía a quien Bolaños empujó para matar a Gallardo planteó, en cambio, la posibilidad de una conspiración y recordó en su declaración a la prensa que esa madrugada había llevado a Gallardo al baño y que, al pasar frente a un grupo de policías, sus compañeros habían lanzado insultos contra la muchacha.
La interpretación que se impuso inicialmente, empero, fue la de la venganza: Bolaños habría matado a Gallardo por la muerte de sus compañeros policías. Así lo anunció el OIJ. Además, Bolaños, quien se abstuvo de declarar frente al juez, lo recalcó contantemente en su testimonio a la prensa. Alegó que había estado en la vela de los policías muertos durante el enfrentamiento con los jóvenes y que uno de aquellos policías (de apellido Hall) había sido su amigo. No obstante, Bolaños negó que sus compañeros hubieran gritado contra Gallardo o que lo hubieran alentado a la acción. Se presentó como solo en su proceder y su obra como algo no planificado. Ese también fue el fallo emitido por la sala segunda del Tribunal Superior Primero Penal, al condenar a Bolaños a 24 de años de prisión el 2 de marzo de 1982.
¿Podría pensarse que hubo alguna mente criminal que moviera al cabo Bolaños a matar a Gallardo? Esa sospecha se convirtió en una gran posibilidad y es justamente en lo que insistieron unas periodistas del Semanario Universidad que entrevistaron al cabo Bolaños y lograron una versión diferente. Esta fue la primera vez que el cabo se separó de su primera narración, que ponía el énfasis en la venganza, y reveló una nueva en la que evidenciaba una posible conspiración para matar a Gallardo y reconocía que a él no se le había nublado la vista, ni nada por el estilo, cuando cometió aquel crimen.
La versión sobre la conspiración se volvió más fuerte en los siguientes meses. Bolaños fue juzgado en marzo de 1982; durante el juicio, su mujer interrumpió al juez que iba a dictar sentencia y dijo que “quería decir la verdad de todo lo ocurrido en la Primera Comisaría”. Los guardias de la sala la sacaron, pero un periodista de La República describió así el momento: “la joven mujer fuera de sí reveló presiones y amenazas en su contra, sus pequeños hijos y su esposo para que él ‘lo hiciera, porque si no iban a matar a mis chiquitos’”. El reportero de La Nación relató lo mismo y también destacó que la mujer gritaba afuera de la sala: “es inocente, es inocente. A él lo amenazaron”. Un periodista de La Prensa Libre señaló que la mujer se lamentaba de que Bolaños no dijera la verdad por estar “defendiendo a esos perros”. Unas horas más tarde, la mujer llegó a La Nación “y dijo que su esposo había ocultado la verdad de los hechos por temor”; según ella, “el ex policía Bolaños fue presionado por oficiales para que ultimara a las detenidas bajo amenaza contra los niños”.
En ese marco, La Prensa Libre publicó una carta supuestamente escrita por Bolaños y que el diario habría recibido de manos de la esposa del ex cabo. Fechada el 21 de enero de 1982, la carta estaba dirigida a Gloria Navas de la Oficina de Defensores Públicos. Se trataba de una denuncia en la que Bolaños afinaba su testimonio sobre la conspiración e indicaba que en la madrugada del primero de julio había sido amenazado por dos de sus superiores para que matara a Gallardo y a las dos mujeres que la acompañaban y que si no lo hacía corrían peligro sus hijos y esposa. Bolaños alegaba que le habían prometido que estaría en prisión por un máximo de tres meses. La carta revelaba los nombres de los supuestos confabuladores que habrían presionado a Bolaños, pero La Prensa Libre no los consignó.
Con esa carta se reforzaba la interpretación que presentaba el asesinato de Gallardo como resultado de un plan en el que habían participado miembros de la fuerza pública, pero aun así no se establecía un ligamen con quienes supuestamente habrían sido los autores intelectuales del crimen ni cuál fue su móvil. La violencia con que fue asesinada Gallardo no sería olvidada y se convirtió en uno de los ejes de las diversas narrativas sobre su memoria que aparecieron en los años siguientes.
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