Si la persona que lee estas líneas espera encontrar una historia de dinamita, asesinatos, conspiraciones e insurrecciones sangrientas se encontrará profundamente decepcionada. Para calmar esta sed de anarquía violenta, puede recurrir a los anaqueles de cualquier librería comercial donde abunda la literatura sobre el terrorismo. Por otro lado, si piensa que el anarquismo en Costa Rica fue una mala copia del “verdadero”, es decir, del “violento” por promover el pacifismo, al antimilitarismo, la educación y la cultura obrera, también se encontrará con un relato un tanto agridulce. Y, sin embargo, si nos mantenemos escépticos y abiertos a una historia que transcurre entre estos márgenes, encontraremos las experiencias de personas comunes que se encontraron para cambiar sus vidas y a través de ellas la sociedad en la que les tocó vivir.

¿Cómo se vive una idea? Con esta pregunta inicio la presentación al público de este libro que busca continuar mi investigación anterior titulada “la semilla que germina”, en la que estudié las relaciones que tuvieron la llamada “nueva intelectualidad” en Costa Rica con el anarquismo en las primeras décadas del siglo XX. En este caso, mi interés está menos enfocado en la doctrina y la coherencia filosófica y más en las vivencias y experiencias cotidianas de una idea de redención social que buscó abrirse camino en un país que ha intentado proyectarse históricamente como el oasis de la moderación y de la paz.

A través de las trayectorias de grupos y personas por las principales ciudades del país, busco reconstruir el tejido colectivo que agrupó a hombres y mujeres, que reivindicaban su lugar particular en el mundo. La educación, la cultura y la asociación colectiva fueron las principales vías en que se organizaron las necesidades, deseos y luchas cotidianas. Organizados en el trabajo y a través del tiempo libre, sus vidas transcurrían entre talleres, casas, fincas, parques, cafés, plazas y teatros. Su objetivo era cambiar la vida por completo y no solo mejorar sus salarios, aunque al mismo tiempo, esto formó parte importante de las reivindicaciones cotidianas.

Periódicos, revistas, panfletos, libros y folletos fueron los principales materiales con los que pude reconstruir partes de estas vidas y relaciones que mezclaron a trabajadores y trabajadoras manuales e intelectuales. Escuelas nocturnas, sociedades obreras, asociaciones mutuales, grupos de teatro, clubes deportivos, bailes obreros y salas de lectura fueron algunos de los espacios privilegiados de encuentro. Y, por supuesto, que en estos mismos lugares aparecieron debates, polémicas y diferencias que acercaron y separaron, como suele suceder en cualquier proceso colectivo.

Si bien esta historia transcurre en un espacio y tiempo delimitado, sus experiencias no se limitan a estos. Desde un inicio, quienes se identificaron con el ideario anarquista en Costa Rica, buscaron conectarse con el resto del movimiento en aquellos lugares donde les fuera posible. Las conmemoraciones, rituales y publicaciones fueron parte de estos instrumentos que fueron forjados para construir esta pertenencia internacional. Con sus altos y sus bajos, estas conexiones se mantuvieron durante toda la década estudiada, por lo que en este libro la persona lectora se topará con fuentes de información de varios países.

En resumen, este libro es una invitación para abrir los límites de la cultura política, entendida exclusivamente como participación electoral y pertenencia institucional. También es un acercamiento a los mundos de lo social y lo político, a través de una perspectiva que ha marcado mi propia trayectoria personal. Empecemos entonces este viaje por la cultura libertaria.